Thursday, January 14, 2010

El buscador

Paseaba un Dios en la tierra, admirando su creación. Gozaba ante los saltos del agua que se desprendían de alguna cascada. Recordó cuando la tierra se resquebrajó y ante lo que parecía ser el fin del río, las aguas encontraron por donde continuar su recorrido, formando aquel hermoso paraje. En los desiertos veía las arenas que en su danza al compás del viento, como las aguas en el océano, hacían y deshacían montañas de ilusiones. Los gigantescos picos y las sierras le daban el entorno ideal para su retozo. En los extensos campos, en los bosques y selvas, hasta dentro del mismo mar, permanecía en silencio observando aquel verde que en él respiraba el perfume de la vida. Curioso veía como los animales se movían de aquí para allá, jugando, peleando, alentados por la fuerza instintiva de su naturaleza que los mantenía en equilibrio con todo a su alrededor. Ante cualquier cambio era cuestión de tiempo para que las cosas volvieran a acomodarse. Era un sueño hecho materia, un pensamiento tangible. Este ser celestial gozaba de total libertad en su paraíso inmaculado. Deambulaba sin que nadie lo notara conversando con algún ángel o silbando a algún pajarito, hasta que un día, en un arroyo donde acostumbraba descansar cantando su canción preferida, se encontró con unos ojos que lo miraba firme. Supo en ese instante que la vida estaba llegando a su fin, supo que el círculo comenzaba a cerrarse y que todo empezaba a volver a Él. “Todavía falta mucho para ti” le sonrió el dios y acarició al hombre con gotas de rocío.

A partir de ese momento, vio como aquel ser que había posado sus ojos en él dio cuenta de su existencia propia. Comenzó a construir altares, creó todo tipo de oraciones, ritos y religiones para estar cerca de aquel que le había inventado. Pero este ser humano nunca quedaba satisfecho, no encontraba su lugar en la tierra y sin embargo tenía que alimentarse. Sentía o quizás padecía su existencia, hasta notaba su espíritu, pero la muerte era el destino para todos, sin importar lo que hiciera. Entonces fue cuando dio la espalda al dios y empezó a hacer y deshacer a su antojo. Dándose cuenta que aquel dios de la leyenda no castigaba ni premiaba, que solo él tenía el destino en sus manos, ¿el destino de quien? se preguntó sabiendo que la muerte lo esperaba sin tregua, al malo, al bueno y al mejor. Confundió inmortalidad con permanencia. Comezó a crear: poetas, pintores, escultores, arquitectos; bastaba una obra, una tradición, hasta una idea que perdure en el tiempo para decir que era inmortal. Pero igual desaparecía; y al tiempo sus ideas; y al tiempo sus tradiciones y sus obras poco entendidas eran borradas por las nuevas generaciones. Todo perecía irremediablemente en manos de un ser cuya única obra perdurable parecía ser la destrucción.

La primer mañana de invierno, un hombre que buscaba, fue a enjuagar su rostro en uno de los pocos arroyos cristalinos que quedaban por ese entonces. En el instante que se agachó, el sol entregó su primer rayo, su rostro se iluminó y en su reflejo vio unos ojos que lo observaban. El brillo era excepcional, su mirada inagotable. Notó también una sonrisa y unas pequeñas gotas lo salpicaron de felicidad. Su búsqueda había concluido, sintió suyo al río, al pájaro y a la montaña. Descubrió que su Dios siempre estuvo en él.

Labels: , ,